29 de marzo de 2011

¿Entiendes, pequeño Alex?


                        

Las aventuras de un joven 
cuyos principales intereses 
son la violación, la ultra-violencia y Beethoven.

__________________________________________________________________________________

El viernes vi la película de "La Naranja Mecánica". Sé que otras veces (ahora mismo no recuerdo ni cuáles ni cuándo) había empezado a verla, pero no sé bien bien por qué (quizás por repulsión, tal vez porque me parecía insoportable de ver o porque no estaba preparada para entenderla) nunca la había acabado. El caso es que empecé a verla con las mejores expectativas puestas en la mente y con unas ganas irrefrenables de que me gustara para poder compartir la opinión de esos amigos medio punk-anarkas que se tienen (por suerte) y que no dejan de maravillarse por ella. Cuando empiezo a ver películas recomendadas por amigos, galardonadas con Goyas u Oscars o nominadas a ellos, citadas en libros o artículos que me han gustado... suelo hacer una preparación previa al primer fotograma, de mi mente. Justamente hoy he leído en una página del libro que llevo semanas intentando leer y acabar de hacerlo; libro que realmente empecé con el propósito de subir nota para castellano, pero que fui incapaz de acabarlo antes del plazo, y en vez de dejarlo, acepté el reto; que: "La gente quiere en buena medida porque se la obliga a querer. (...) Si a un país se le ordena querer a sus gobernantes, acabará convencido de que los quiere, al menos más fácilmente que si no se le ordena. (...) Todo el mundo obliga a todo el mundo, no tanto a hacer lo que no quiere, sino más bien lo que no sabe si quiere, porque casi nadie sabe lo que no quiere, y menos aún lo que quiere, no hay forma de saber esto último. Si nadie fuera nunca obligado a nada el mundo se detendría, todo permanecería flotando en una vacilación global y continua, indefinidamente. La gente sólo quiere dormir, los arrepentimientos anticipados nos paralizarían, imaginar lo que viene después de los actos aún no cometidos es siempre horrible. (...) "Los dormidos y los muertos, no son sino como pinturas", dijo Shakespeare." La cuestión es que pese a la preparación que me autorealizo con el propósito de no caer en el aburrimiento o de no albergar el mínimo sentimiento o pensamiento de que en algún momento la película no me está gustando; no la obligo a querer gustarme, no me obligo a que me guste. A decir verdad, me encantó. Originariamente es una novela de Anthony Burgess titulada como "A Clockwork Orange", título que dijo que sería ideal para una historia acerca de la aplicación de los principios mecánicos a un organismo que, como una fruta, cuenta con color y dulzura. El título alude a las respuestas condicionadas del protagonista a las sensaciones de maldad, respuestas que coartan su libre albedrío. Es una película que, como suelo calificar a muchas últimamente, me ha parecido una gran paranoia. No es un término exacto para definir algo, pero yo me entiendo. El pequeño Alex es un chico dado a la delincuencia, que disfruta con la ultra-violencia y el sexo forzado; pero que por otro lado se encuentra eclipsado totalmente por Beethoven y su música. He disfrutado minuto a minuto de la película, fotograma por fotograma, hasta en los momentos más crudos y crueles; y al final, como incomprensiblemente sucede en muchas películas con sus protagonistas más viles, he acabado sintiendo lástima por Alex, y ya muy al final, admiración. Fascinación por Alex, este adolescente dotado de tal gran enfermiza violencia. He pensado que debería leer la novela.




"Es curioso que los colores del mundo real solo parecen verdaderos cuando los videamos en una pantalla. La violencia engendra violencia."



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Huellas de clown