A: Una cuentacuentos raruna.

¡No matemos al niño que llevamos dentro! A mis dieciséis aún me queda mucha pequeña Crais en lo profundo, y que dure. Creo que me gustaría volver a empezar. Reinventarme. Des del principio de los principios. Sin esquemas que seguir. Viviendo ya en la cuarta o quinta, creo que no me acordaré en la próxima. Porque… ¿No me acordaré, verdad? Ojalá me acordara. Ay qué miedo. Esto de la reencarnación me aterra de verdad. Renacer en otro mundo, tal vez. En cualquier caso, me acostumbraría. Y digo lo de reinventarme por eso de volver a ser yo de cero, sin las circunstancias. Eso de renacer sin prejuicios, sin “compromisos”, con la inocencia intacta, con el poder de decidir, y esas cosas. Pero bueno, como no sé si me acabaré un día así sin más, o si me quedaré para la posteridad; mejor sigo en lo mío. Me cuelgo hasta de las colillas, si tienes razón. Y me encanta. No te diré que a veces no pienso en que sería mejor que no. Por todo eso de no pasarlo mal y tal. Pero ¡qué va! Adoro colgarme de cualquiera. Lo bueno de esto de colgarse es que no tiene por qué trascender, sí, claro, no tiene por qué pasar a ser algo más que un simple “colgarse”.  Que los días vacíos son horribles, que sí. Que este gusanillo que se siente y te despierta algo por dentro y te intriga, vale la pena, que puede llegar a ser algo genial. ¿Sabes? Hacía tiempo que no me colgaba de nadie. De nada. Quizás era cosa de la señora frustración, quién sabe. No encontraba ningún libro que me enamorara, ningún poeta. Cuando no me llaman. Cuando ninguno despierta en mi ningún sentimiento de enganche. Es terrible. Me han abandonado. Entonces busco y busco como una loca. Y encuentro. Pero no son infinitos. Se acaban. Y entonces me pasa como a los caracoles, me sobra techo, me muero en soles tras la espesura del chaparrón. Y también me pasa como cuando alguien te deja. Ese sentimiento depresivo, ese no tener ganas de hacer nada, ese vacío por dentro, escalofriante, créeme; es peor que enamorarse de alguien. Me corresponden mientras les leo, mientras recorro cada una de sus páginas a través de sus líneas; pero me acaban dejando. Entonces alterno. Toca algo de calor humano, chica o chico; no sé bien bien que toca ahora. Como premio de consolación me queda el saber que a todos nos pasa. A los enamorados de la vida. Llega un momento en el que las líneas no te llenan y harta de buscar, de explorar lugares recónditos; decides crear. La solución está en ti. Yo no podré darte historias, porque me las doy a mí. Yo siempre no sabré cosas, y me las inventaré. Me decepcionaré a veces, pero todo quedará entre yo y mí. No me sentiré agobiada ni frustrada por no crear más y mejor. Solo yo y mí lo sabremos. Quedará entre nosotras. Y con un tiempo sabático y depuración de ideas, tiraré como los de Alicante. Antes me encantaba meterme en líos. Ahora les temo. He perdido parte de esa inocencia nata y ese sin miedo a la vida. Y no sabes cuánto lo siento. Quiero volver a ser un Metro. De verdad. Tráfico descontrolado en mí. No sabes lo aburrido que puede llegar a ser esto. Poetas o no poetas, a veces pienso que me da igual. Ellos me dan algo que nadie me podrá quitar mientras siga encontrándoles, lo demás, se lo dejo a quien lo quiera. Que sé que algún día me desencantaré de todo esto, entonces te recordaré en mis dieciséis. Y me haré poeta, mi mejor poeta. Hazte siempre la loca, es mucho más divertido. Yo quiero escribir lo mejor del mundo (para mí) y encantarme, y disfrutarme, y disfrutarles. Yo quiero que me sigas contando, que no dejes nunca de contarme, que en mis días grises me cuentes, y en los que no, te reinventes y me sigas contando. Y que si algún día quisiera que te colaras, me haría la loca, porque esto de la cordura no me acaba de llamar.

De: Un yogurín en proceso de fermentación (tardío).