1 de abril de 2011

Nadie como tú me sabe hacer café...

Vuelo cuando descubro líneas nuevas de quienes están por descubrir. Se llama Fresitas y lo tiene todo, le leo para conocerle porque creo que se deja bien, y porque me hace volar. Tuvo una historia de esas que te lo dan todo todo y, inevitablemente, te lo acaban por desdar, todo también, al final. Aunque en realidad, los finales nunca son finales del todo si en ellos no se da el típico y tópico momento crudo/poco hecho en el que los "paso" y los faroles pasan a quedar en un segundo tercero cuarto quinto plano y toca descubrir las cartas. Se apuesta grande al empezar y se va a por todas y a por más, pero el dealer no da una y se confía en que saldrá, y uno apuesta y acaba por apostarse, se sigue sin dar una y aún quedan faroles para iluminar Barcelona entera, y se tira de ellos, y se tira, y se tira... Y se rompió un vínculo, un sentimiento, unas ganas irrefrenables de luchar contra el dealer; pero el amor puede con todo, y si se empeña en que no es no, será no. Y fue no. Y ahora la ha perdido. Ella va contracorriente como los salmones de agua dulce, y salta como los pequeños saltamontes de mis grandes prados. Me recuerdan a mi mí y a mi ella. Y a lo tanto que quisimos matar al dealer, y en lo poco que conseguimos contra el amor. Y estoy feliz, he descubierto un pequeño genio entre los grandes, vuelo.


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Huellas de clown