El otro día me retropecé con mi monstruo.
Se pasea por mi sombra y en las noches más oscuras se camufla entre el humo de mi cigarro.
En Balmes se me coló en el bus y me siguió hasta el casco antiguo.
En la Fira de Santa Llúcia me compró un caganer, que está en todo y sabe que el del año pasado lo devoró el camello de Gaspar.
Yo me senté ante la catedral y le pillé mirándome in fraganti.
Me asusté.
Era como yo.
Y se me acercó.
Era como si fuese él quien tuviera que estar allí y no yo.
Yo era el punto negro en la montaña nevada.
Y se me acercó más.
Y me tocó.
Eran mis manos.
Con la inocencia intacta me lo regaló, el caganer.
Antes de marcharse y dejarme sin mí, me susurró entre los acordes del acordeón: Nunca pierdas la ilusión.
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