11 de julio de 2011

Ana y los 200 muertos.

Ana. La llama Ana desde que recuerdo que la llama. Tal vez empezara a llamarla así cuando Ángel murió, no sabría decirlo a ciencia cierta, de aquella yo hacía primero o segundo de primaria y no recuerdo más. Lo que sí mantengo intacta es la imagen de la primera vez que lo vi en la piscina, lo supe. Me levanté y fui hacia Ana, no se lo pregunté como una curiosa, ni como cotilla, ni preguntando como aquél que pregunta, no. Se lo pregunté como quién pregunta algo de lo que ya sabe la respuesta pero lo pregunta igual, y no para darse el gusto de comprobar que está en lo cierto, lo pregunta porque sí, por preguntar. El caso es que sabía que Carlos iba a mi colegio, lo había visto pasar ante la puerta de mi clase. Y ahora me doy cuenta de que aquél niño que caminaba en fila para salir al patio por delante de mi clase, es especial, y de no haberlo encontrado aquí, aún seguiría siendo uno más de aquellos parvulitos. Qué pequeño es el mundo. Y qué grandes son algunos de los que lo habitan. Carlos es especial, quizás siempre lo fue, o tal vez fue la muerte de Ángel lo que le volvió diferente. El caso es que Ángel murió de cáncer, Carlos es especial y Ana no volvió a sonreir como lo hacía en el agua. A veces lloro cuando me doy cuenta de que soy una más de las que no se dan cuenta del verdadero valor de la muerte. Y digo de la muerte como podría decir de la vida. Porque no hay dos sin tres, ni una sin la otra. Cuando oímos frases de sucesos como "ha habido dos cientos muertos en un atentado por un coche bomba en Irak", solemos hacer comentarios como "ostia, pobrecillos" cuando no decimos "vaya hijos de puta, qué cabrones". Y es que hasta aquí podríamos sentirnos bien con nosotros mismos. Estén ustedes tranquilos si es justo lo que piensan al ver sucesos como éstos, siéntanse solidarios, buenas personas; al fin y al cabo están condenando estos actos. Pero sigan ahí sentados, pronto verán la siguiente noticia: "Paris Hiltonn ha sido liberada después de dormir dos noches en el calabozo por conducir ebria". Vamos hombre, ¡por dios! Hasta yo podría hacerlo mejor. ¿Cómo pueden anunciarnos dos cientas muertes y, acto seguido, decirnos que Paris Hilton no volverá a dormir en un calabozo en una semana por lo menos? ¿A quién le importa Paris Hilton? O ¿a quién le importan dos cientos muertos? No veo la relación entre las dos noticias, me mata verlas seguidas. Es entonces cuando pienso que no debo sentirme mal por no valorar dos cientas muertes, no tengo tiempo a digerirlo, después de todo sólo es una noticia más antes de descubrir que la joven Paris Hilton no podrá seguir disfrutando de las noches New Yorkinas libremente. Pero no se sientan mal del todo, yo que tanto digo tampoco me movería del sofá. Esperemos pacientemente la llegada de los deportes. Total, ya saben: mal de muchos, consuelo de (todos) tontos.

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