15 de octubre de 2011

De inviernos prematuros y otros males

Ésta es la tarde de un día frío de otoño. Parecía que el verano aún no iba a acabar, septiembre arrastraba el calor de los días de Agosto, y Octubre, reticente a dejarlo ir, lo conservaba como su bien más preciado. Pero hoy ha llegado el invierno, prematuro, sin prisas pero pisando fuerte. Camino por la calle viendo el mar a lo lejos pero cerca, “no te muevas que ya llego”. Un todo terreno tranquilo, conducido por una chica joven y guapa pasa a mi lado en dirección contraria, y la miro mientras, pareciendo que va a cámara lenta, pasa a mi izquierda, y ella también me mira. Antes de llegar al mar viéndolo ya muy cerca oigo un estruendo y me giro, y la chica joven y guapa y su todo terreno se han chocado al final de la calle, un humo negro sale del capó del coche y luego sale ella, y está bien, y yo sigo caminando, el mar está cada vez más cerca. Y la arena la siento fría, igual que en los días de invierno, y estiendo la toalla, y en cada punta coloco una sandalia y un libro, para que no vuele. Y me enciendo un cigarrillo mirando al mar, que ahora ya no está lejos pero cerca, está aquí. Y huele bien, el humo y el mar, y el sonido del agua oigo, y no hay nada como el sonido del mar. A falta de cuatro últimas caladas me levanto y voy hasta la orilla, me mojo los pies y el agua está caliente, agua cálida en una tarde de otoño donde el frío es de invierno. En la playa no hay más que dos pescadores a lo lejos, a mi derecha. El cigarro se consume y lo suelto, y las olas que vienen y van arrastrando la orilla, se llevan mi colilla. El mar es bonito, es muy bonito en tardes como ésta. Me siento en mi toalla y, con un pantalón corto y un jersey que no hace juego escribo, y ahora empezaré “El padecimiento continuo”, poesías de Charles Bukowski, con la piel de gallina por el frío de un invierno que ya llega. Y cuando llevo dos poesías leídas, releídas e interiorizadas, suena el móvil. Es mi madre. Lo contesto y me cuenta que debajo de casa ha habido un accidente, y yo le digo que lo sé, que lo vi en directo, mientras pienso en mi suerte por tal hecho y en lo joven y guapa que era la chica. Entonces ella, sorprendida por mi sosiego, me dice que se ha muerto. Y yo callo y pienso que no puede ser, la chica joven y guapa iba sola y nada más. Y también pienso que hasta cuando sé que lo sé todo, no lo sé. Y como no digo nada me dice que venga, que están en el balcón viéndolo todo. Y le digo que no, que qué iba a hacer yo ahí. Y me dice que como quiera y cuelga. Las poesías de Bukowski y todo él me resultan mucho más interesantes, pero no paso de la segunda línea de la siguiente y me imagino a la chica muerta, aunque no puede ser. Recojo toalla, frutos secos, libros y sandalias y me voy. Cruzo el paseo marítimo y la gente pasa, ven la ambulancia a lo lejos de mi calle pero ni se inmutan, siguen caminando. Yo me adentro en mi calle mirando fijamente al fondo, pensando en la chica joven y guapa. Y todo el vecindario está en la calle. “Menuda panda de morbosos y curiosos”, pienso. Bueno, al menos han salido de la madriguera, al menos sé quién anda por aquí este fin de semana. Subo a casa y me los encuentro a los tres en el balcón, y me cuentan que el que ha muerto es un chico en una moto. Miro el coche de la chica joven y guapa y ahí está, pero no ella. Y un motorista en la cuneta, tapado con una manta reflejante descansa para siempre, y la señal está caída, y me cuentan que cuando salieron a ver qué había pasado estaba enrollado a ella. Y mi hermana, algo sensible, está llorando. Y mis padres, muy curiosos, observan cada movimiento. Y yo no sé qué hago aquí mirando. Sólo busco a la chica entre los morbosos y pienso qué dirá. Seguramente llamará a su pareja que le espera en casa y le dirá entrecortadamente, sollozando, que ha matado a un chico. O tal vez llame al bar nocturno en el que trabaja y diga que hoy no podrá ir a trabajar porque ha sufrido un accidente, y el jefe, que en realidad sólo se acuerda de ella mientras sirve copas en minifalda, hará como que se interesa, pero mañana por la noche le dará su finiquito y si te he visto no me acuerdo. Quién sabe. El chico tapado en la cuneta, la chica joven y guapa que no está, policías, bomberos, grúas y mis morbosos vecinos ocupando la calle. Y yo cojo el ordenador y escribo. Un montón de vidas menos esta tarde y un seguro que las indemnizará por daños. Una multitud en la Plaza Cataluña de Barcelona manifestándose por un mundo mejor en un acto mundial que pasará a la historia, y yo aquí, en Segur de Calafell sabiendo que no se lo podré explicar a mis hijos. Y mi hermana, que es masoca, sigue aquí mirando, pronto se llevarán al chico y a lo que fue su moto; y “La que se avecina” reina en el comedor del apartamento mientras yo decido que ya no quiero ser periodista. 

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