8 de diciembre de 2011

Sin conciencia de mártir

Sabíamos que el Domingo nos esperaba un gran día, a nosotros, quienes estábamos seguros de que tenía que haber alguien que viviera como los ídolos de nuestras películas. No había nada que nos atrajera más que debatir sobre política entre porros y Xibecas, nos sentíamos libres en el seno de nuestra rebeldía. Después de morir en la piel de Salvador Puig Antich, Daniel Brühl dijo que para ser rebelde hay que ser libre, y nosotros jamás nos sentiríamos libres. Nos llamaron "rebeldes sin causa" cuando gritamos contra el capitalismo alzando nuestros puños, más tarde nos etiquetaron como a "indignados", cuando empezamos a acampar en las plazas y a manifestarnos pacíficamente. Creo que no había nada que molestase más a las autoridades y a las grandes fuerzas políticas que los actos reivindicativos pacíficos; en los que la impotencia por no poder acallarnos crecía entre los cuerpos de "seguridad". Se multiplicaron los graffitis que gritaban desde muros y paredes "menos porras y más porros"; y entonces se rieron llamándonos hippies. Siempre nos dio igual cómo nos llamaran, ni éramos todos iguales ni creíamos en los mismos métodos; pero éramos jóvenes comprometidos con la sociedad, con conciencia histórica y con ganas de cambiar las cosas. Laia era una anarquista que no apoyaba la violencia, era un poco hippie, pero tenía los pies sobre la tierra de un mundo que quería cambiar con palabras. Yo hubo un tiempo en el que me sentí muy libre a su lado, las dos creíamos, como Fito, que "menos mal que con los rifles no se matan las palabras". Andrés era un Rojo hasta la médula que creía que el fin siempre justificaba los medios, que la violencia era necesaria para cambiar el mundo de Laia, nuestro mundo. Decía que para llegar a un Comunismo viable, descartando utopías, teníamos que hacer una revolución social. Yo no dejaba de insistir en que nunca pensaríamos todos igual, en que todas las personas valíamos lo mismo; pero no era así, las ideas valían tanto... y más valían entonces, cuando parecía que ya no quedaban causas nobles por las que morir. Creo que empecé a ver el mundo con otros ojos, un mundo en el que, muy a mi pesar, ni todos éramos iguales ni todos valíamos lo mismo. Rebusqué en los libros de historia y me encontré decapitando a MªAntonieta en Francia, gritando ante el Palacio de Invierno en Rusia, luchando en la Batalla del Ebro con el bando republicano, quemando conventos después de la Segunda República, a punto de matar a Juan Carlos en Mallorca, volando el coche de Carrero Blanco, avisando de la bomba que habíamos puesto en el Hipercor de Cornellá y bombardeando el Liceo. Me encontré diseñando planos y tramando operaciones infalibles, y creyendo que había causas por las que el fin justificaba cualquier medio. El Domingo nos regaló momentos de complicidad y el darme cuenta de que Erick vivía como los ídolos de su vida, con el detalle de que todos estaban muertos y de que él estaba cayendo en un pozo del que ya jamás saldría.

2 comentarios:

  1. Ey!! Escribiendo eres buenísima!! O.o increíble, no tengo palabras. Tú guarda esos besos de vainilla que al sol y chorreando podemoa hacer una pringosa chapuza entre marrón y blanco :) besotes de chocolate!!

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  2. quiero leer algo mas!!! ya se que estas cosas salen solas y no se pueden forzar...pero date un empujoncito y alegranos un dia!!!!

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Huellas de clown